«Mi historia» de Michelle Obama

Mi historia: Un íntimo, poderoso e inspirador libro de memorias de la exprimera dama de Estados Unidos (2018) cuenta la vida de Michelle Obama, de soltera Robinson. Nacida en un barrio de clase obrera de Chicago y rodeada del amor de sus padres, Michelle se convirtió en una mujer fuerte, independiente, que casualmente conoció a un hombre llamado Barack Obama y se enamoró de él. Su historia es la de una mujer que no esperaba llegar a convertirse en la primera afroestadounidense en ocupar el cargo de primera dama de los Estados Unidos, y aun así encontró la manera de hacer valer su voz única y excepcional en las circunstancias más inusuales y difíciles.

¿Qué beneficio ofrece? Es una historia inspiradora sobre el camino recorrido por una mujer desde el sur de Chicago hasta la Casa Blanca.

La fecha, 1 de abril de 2009. El lugar, Londres. La ubicación precisa, el Palacio de Buckingham. Para Michelle y Barack Obama es un gran día. En enero de ese año, Barack había prestado juramento como presidente de los Estados Unidos. Hoy, Michelle y él asisten a la recepción de la cumbre del G-20 y se los considera recién llegados al escenario mundial. Ea Ea Michelle, quien creció en el sur de Chicago, comiendo canapés y codeándose con Angela Merkel y Nicolas Sarkozy.

Es emocionante, pero ella no sabe bien cómo actuar en medio de la desconocida novedad del viejo mundo. Hacia el final de la recepción, la reina de Inglaterra aparece de pronto a la derecha de Michelle. Ambas pasaron la velada enfrascadas en charlas triviales, como lo manda el protocolo más estricto. De manera que el ambiente se aligera cuando la reina, mirando las zapatillas de tacón bajo de Michelle, comenta «¡Vaya, esos zapatos son bastante incómodos, ¿no le parece?».

Ambas reconocen que les duelen los pies y sueltan una buena carcajada. Entonces, siguiendo un impulso natural, Michelle pone la mano en la espalda de la reina, como haría con cualquier otra persona con quien acaba de entablar un lazo amistoso. Lo que no sabía entonces era que había violado el protocolo gravemente. La prensa amarilla actuó como si hubiera cometido un crimen atroz, o cuando menos, un desatino inadecuado.

Un comienzo ambicioso

Uno de los primeros recuerdos de Michelle Obama es el repicar de las teclas del piano. A sus oídos, ese era el sonido de la ambición. En el cuarto contiguo a su dormitorio, su tía abuela Robbie daba lecciones de piano.

Casi a diario Michelle alcanzaba a oír el tintineo de los alumnos de Robbie que buscaban desesperadamente atienta sus melodías. La música de aquellos aficionados le dejó tal huella que, a los cuatro años, ella misma se volvió ambiciosa. Michelle estaba segura de que quería aprender a tocar el piano. Declinaban los años 60 en el barrio South Shore de Chicago. Era un momento de agitación política y descontento social, pero Michelle era demasiado joven para entender lo que sucedía fuera de su casa. Su unida familia constaba de su hermano, Craig, dos años mayor que ella, su padre, que trabajaba en una planta de filtración de agua y admiraba al equipo de béisbol Los Cachorros de Chicago, y su madre, que era muy hábil para la costura y la recaudación de fondos para la comunidad.

Una de las cosas que más unían a la familia era la música. En casa, su padre siempre ponía discos de jazz. Y en casa de su abuelo, todos los cuartos tenían un altavoz conectado al estéreo. En las reuniones familiares, una gran variedad de voces e instrumentos de aliento llenaba la casa. Ella Fitzgerald, John Coltrane, Miles Davis. Fue su abuelo, al que todos llamaban Southside, quien le regaló a Michelle su primer disco, Talking Book, de Stevie Wonder.

Pero aprender a tocar el piano fue otra historia. Robbie era firme y estricta. Tenía una postura impecable. Siempre llevaba colgados al cuello los anteojos para leer, símbolos de su rigurosa supervisión. A menudo regañaba a sus alumnos. Aún así, Michelle anhelaba ganarse su aprobación.

Si han tomado lecciones de piano, saben que es básico encontrar el do central. Esta tecla funciona como un punto de referencia musical. Saber dónde está te permite colocar correctamente las manos sobre el teclado. Pero cuando tienes cuatro años y te sientas frente a la cámara, no es fácil encontrar el do central. Por suerte, el piano de Robbie tenía desportillada esta tecla, lo que facilitaba la tarea. La mayoría de las veces, Michelle era una alumna aplicada y aprendía con rapidez.

Con demasiada rapidez, en opinión de su abuela. En poco tiempo intentó saltarse las piezas para principiantes y se le dio cuenta. Pero las cosas no se acabaron. Esto, en vez de impresionar a Robbie, la enfurecía. Insistía en que Michelle obedeciera y aprendiera paso a paso. Llegó entonces el primer gran recital de Michelle.

Una vez al año, Robbie presentaba a sus alumnos al público en el auditorio de la Universidad Roosevelt. Michelle se hizo unas coletas y se le dio cuenta. Michelle se hizo unas coletas y se le dio cuenta. Michelle se hizo unas coletas y se le dio cuenta. Pero luego, sentada al piano, se quedó paralizada. No había ninguna tecla desportillada.

¿Dónde estaba el do central? Fue entonces cuando Robbie acudió al rescate. Caminó pausadamente al escenario y, asomando la cabeza sobre el hombro de Michelle como un ángel de la guarda, le señaló la tecla. Michelle pudo entonces dar comienzo a su recital.

¿Cómo adquirió confianza en sí misma?

Michelle creció en medio de personas luchadoras. Luchaban por aprovechar al máximo lo que tenían y por dar a sus hijos mejores oportunidades de las que ellos tuvieron de pequeños. Ya en la escuela primaria, Michelle era una alumna aplicada.

Sin embargo, dadas sus circunstancias, no siempre era fácil destacarse. Por ejemplo, cuando empezó el segundo año, se quedó estancada en una clase llena de niños revoltosos con una maestra impotente que no podía imponer el orden. Por fortuna, cuando Michelle dijo en casa lo mucho que detestaba esa clase, su mamá la escuchó y no tardó en hacer que la examinaran y subieran a una clase de tercer año con otros alumnos sobresalientes que sí querían aprender. Todavía hoy, Michelle se pregunta cómo le habría ido en la vida si su mamá no hubiera intervenido. Pues mantuvo su buen desempeño académico y luego se ganó un lugar en la secundaria Whitney M. Young, una escuela con igualdad de oportunidades y maestros progresistas que atraía a jóvenes sobresalientes de toda la ciudad. Pero ahora que había encontrado una escuela que se adaptaba a sus necesidades, ella misma debía aprender a adaptarse.

Era la primera vez que Michelle conocía chicos del más opulento norte de Chicago, jóvenes que tenían pasaportes y se iban a esquiar en las vacaciones, chicas que usaban bolsas de marca y vivían en apartamentos en edificios altos. Sin embargo, Michelle entabló amistad con una compañera. Santita Jackson era hija de Jesse Jackson, el famoso líder político, y Michelle era bienvenida en su fascinante y colorido hogar. Un día de calor sofocante participó incluso en la marcha del Día de Bud Billiken, al lado de Santita y otros partidarios de Jesse Jackson. Esto marcó el primer contacto de Michelle con la vida política, y a decir verdad, no le resultó atractiva. El hogar de los Jackson era caótico, con empleados que corrían en todas direcciones y muy poca calma y estabilidad.

Como niña educada a quien le gustaba cierto sentido de control, ya entonces sabía que esa vida no era lo que más deseaba. Michelle empezó a adquirir confianza intelectual en la escuela secundaria. Se dio cuenta de que cuanto más se esforzaba, más cerca estaba de alcanzar el mayor nivel de la clase. En la secundaria superior la eligieron tesorera de la clase, pertenecía a la Sociedad Nacional de Honor y estaba en camino de alcanzar al 10% de los alumnos de mayor rendimiento de su clase. Fue entonces cuando adquirió la confianza necesaria para poner la mira en la Universidad de Princeton. Su orientadora académica no estaba tan segura de ese plan.

Le dijo a Michelle que quizá no tuviese madera para Princeton. Pero Michelle ya tenía suficiente confianza para saber que su orientadora se equivocaba. Michelle solicitó su ingreso en Princeton, siguió batallando y, al final, la aceptaron.

Nueva escuela, nuevo modelo a seguir

A Michelle la atraía Princeton en parte porque su hermano Craig ya estaba inscrito allí y no había tardado en volverse estrella del equipo de básquetbol para deleite de su padre. Así que Michelle no estaba totalmente sola cuando pisó el impecable campus de la Universidad de Nueva Jersey. Pero esto no significa que sintiera el campus como un segundo hogar. Lejos de ello, en realidad. En su primer día en Princeton, Michelle dejó sus pertenencias en el dormitorio y, al mirar por la ventana, vio una marea de estudiantes, en su mayoría blancos, varones, acarreando su equipaje por el campus.

Fue una sensación nueva para Michelle estar en un lugar donde era una de las únicas personas no blancas. De hecho, su clase de primer año tenía menos de 9% de estudiantes negros. El equivalente, en sus propias palabras, a ser una semilla de amapola en un tazón de arroz. Pero a pesar de su incomodidad inicial, encontró una comunidad de apoyo en la organización estudiantil llamada Centro del Tercer Mundo. Y cuando empezó a trabajar como asistente de la mujer que dirigía el Centro del Tercer Mundo, Michelle también ganó una mentora inspiradora. Cerny Braswell, la nueva jefa de Michelle, era una valiente y hermosa joven negra que se mantenía en constante actividad.

A menudo se la veía corriendo de una reunión a otra con un montón de papeles bajo el brazo y un cigarrillo colgando entre los labios. Cerny era fascinante, infatigable, una fuerza de la naturaleza, y lo hacía todo siendo madre soltera. Cerny impresionó más que nunca a Michelle durante un viaje a la ciudad de Nueva York. Michelle nunca había estado en la Gran Manzana, que la llenó de asombro y preocupación. Sonaban las bocinas de los autos, la gente gritaba, todo se movía a un ritmo rápido, frenético. Pero esta bulliciosa locura no solo dejaba como si nada a Cerny, sino que parecía recargarla de energía.

Pasaba volando en el auto entre taxis y peatones imprudentes, lo estacionaba en doble fila, entraba y salía corriendo de las tiendas, y lo hacía parecer como si no fuera gran cosa. En un momento en que dejar el auto en doble fila no era posible, Cerny hizo que Michelle tomara el volante y diera dos vueltas a la manzana para que ella pudiera hacer un encargo. Al principio Michelle se asustó un poco, pero al ver la expresión de Cerny, se pasó de un salto al asiento del conductor. La expresión de Cerny decía, «Supéralo y vive un poco».

Tras obtener su licenciatura en Sociología en Princeton, Michelle decidió solicitar el ingreso a la Facultad de Derecho de Harvard. Pero aprendió mucho de Cerny sobre la vida. Michelle sabía que algún día quería ser una madre trabajadora, y Cerny era el ejemplo perfecto de cómo serlo con gracia y estilo.

Una fecha memorable

Tras terminar los estudios de Derecho en Harvard en 1988, Michelle volvió a Chicago para incorporarse a Sidley & Austin, un prestigioso despacho de abogados. Parte de su trabajo era aconsejar a estudiantes de derecho prometedores y, de ser posible, contratarlos en el despacho cuando se graduaban. Fue así como Michelle conoció a un estudiante talentoso llamado Barack Obama. Antes de conocerlo, Michelle había oído hablar del asombroso joven, pero ella era escéptica. Los profesores de Harvard opinaban que era el estudiante más capaz que habían conocido.

Aún así, en la experiencia de Michelle, los profesores blancos solían impresionarse con cualquier estudiante negro medio listo y bien vestido. Además, el hombre tuvo el descaro de llegar tarde a la primera entrevista con Michelle. Y lo peor de todo, fumaba. Cuando Barack por fin llegó, Michelle se dio cuenta enseguida de que, efectivamente, era distinto. Se había tomado un par de años libres antes de asistir a la Facultad de Derecho de Harvard, de modo que era algunos años mayor que ella. Irradiaba confianza y autonomía.

Tanto así que todos en el despacho ansiaban que les diera su opinión sobre cualquier cosa en la que estuvieran trabajando. Y, sin embargo, Michelle y él se parecían en gustos y opiniones, y pronto surgió entre ellos una relación agradable. Conocía los barrios del sur de Chicago porque había trabajado allí como promotor comunitario. Y, sin duda, era un hombre atractivo. A Michelle no se le ocurrió de inmediato que podían hacer una buena pareja. Pero las semanas pasaron, sus reuniones transcurrieron sobre ruedas, y finalmente ella accedió a salir con él tratando de ignorar que fumaba.

En la primera cita, Michelle iba un poco recelosa. Después de todo, había seguido un camino muy rígido la mayor parte de su vida, persiguiendo una meta profesional tras otra. Hacia poco se había dado cuenta de que llevaba largo tiempo preguntándose si esa era la vida que de verdad quería. Para Michelle, que tenía cada vez más dudas sobre el camino que había seguido, la confianza en sí mismo y el desenfado de Barack parecían casi una amenaza. Pero poco a poco su actitud defensiva empezó a desvanecerse. Barack pensaba de modo distinto que aquellos con quienes ella estaba acostumbrada a convivir.

No era solo que fuese un intelectual y le gustara leer sobre la vivienda urbana en su tiempo libre. Tampoco le importaba el dinero. Su deseo de cambiar las cosas superaba ampliamente su interés en la riqueza. Y así, por primera vez, Michelle empezó a pensar largo y tendido sobre la clase de vida profesional que en realidad quería. Finalmente, después de una barbacoa en casa de una colega, donde observó a Barack mientras jugaba un partido de básquetbol, Michelle sintió que aminoraba el ritmo para adaptarse al de él. Barack tiene lo que podría llamarse una despreocupación hawaiana.

Más tarde, ese mismo día, después de tomar un helado, se besaron por primera vez. Y así como así, todas las dudas sobre su futuro esposo parecieron disiparse.

Cambios y pérdida

Lo que debía ser una época de emoción y enamoramiento fue casi un tiempo de frustración, pues Barack tenía que terminar sus estudios en Harvard. Tiene en su haber el que la facultad lo convirtiese en el primer director negro de su prestigioso periódico, el Harvard Law Review. Y mientras la nueva pareja intentaba aprovechar lo mejor posible una relación a distancia, Michelle recibió una noticia horrible. Su padre estaba hospitalizado. Michelle sabía que él llevaba un tiempo luchando contra la esclerosis múltiple, pero ahora el solo esfuerzo de su familia le había dado un efecto.

Y ahora el solo esfuerzo de ponerse en pie le causaba un dolor insoportable. Michelle lo visitó en el hospital durante un par de semanas, solo para ver que su padecimiento empeoraba. Aquella figura fuerte, inquebrantable de su vida, tenía apenas 55 años y había desmejorado casi de un momento a otro. Aunque no podía hablar, sus ojos y el modo en que besaba una y otra vez el dorso de la mano de Michelle decían todo lo que había que decir. Estaba entregándole su amor y diciéndole adiós. No es fácil seguir adelante después de la muerte de un ser querido.

Pero en 1991 las cosas dieron un giro positivo. Barack había vuelto a Chicago y los dos por fin pudieron gozar la alegría de vivir juntos. Aunque Barack había tenido muchas ofertas de trabajo, seguía siendo tan atento y considerado como de costumbre. Siempre le interesó más ayudar a un amigo a montar un taller cooperativo que ocupar un puesto bien pagado en un despacho de abogados. Mientras tanto, Michelle se planteaba un gran cambio en su vida profesional. Ahora tenía muy claro que lo que realmente quería hacer era ayudar a los demás, cara a cara.

No analizar contratos de trabajo para empresas. Por fortuna, 1991 fue el año en que conoció a otra figura que influyó en su vida, Valerie Jarrett. Como Michelle, Valerie era una abogada que dejó un trabajo bien pagado para cumplir su anhelo de ayudar a los demás. No tardaron en hacerse amigas y Valerie ayudó a Michelle a conseguir un empleo como asistente del alcalde de Chicago, Richard Daly, hijo. Pero esto solo fue el principio de una relación de toda la vida. Y Valerie siguió siendo una valiosa amiga y consejera de la familia.

A propósito de familia, Michelle y Barack se casaron en octubre de 1992. Pero había poco tiempo para la luna de miel. Era año electoral y en noviembre había una importante elección. Barack se inscribió en la iniciativa del proyecto Vote, pensado para ayudar a las personas de comunidades negras a registrarse para votar.

Barack trabajó sin descanso y logró que se registraran 7,000 personas en apenas una semana. En 1993, tras un par de años trabajando en la alcaldía de Chicago, Michelle consiguió un nuevo empleo como directora ejecutiva de la organización sin fines de lucro Public Allies, que buscaba poner a jóvenes prometedores en contacto con mentores que trabajaban en el sector público. Como Michelle sabía de primera mano que encontrar a la persona adecuada podía transformarte la vida, se sentía identificada con los fines de la organización y el trabajo le parecía muy gratificante.

Aprobación incómoda

Una calurosa noche de verano, al principio de su relación, Michelle acompañó a Barack al sótano de una iglesia en Roseland, un barrio enclavado en el sur de Chicago. Los vecinos venían batallando por reconstruir su comunidad tras el cierre de varias fábricas. Barack quería ayudarlos, pero en aquel reducido sótano iluminado con lámparas fluorescentes, un grupo compuesto principalmente por mujeres mayores se mostraba muy escéptico frente al bien vestido joven negro. ¿Qué podía hacer él para ayudarlos? Michelle se quedó maravillada al ver que Barack se iba ganando poco a poco al grupo.

Habló del poder de la participación política. ¿Se van a rendir o van a luchar por un mundo mejor? Les rogó que salieran a votar y ejercieran presión sobre sus representantes locales. Al final, las mujeres gritaban, ¡Amén! Aquel día fue cuando Michelle se dio cuenta de cuán persuasivo e inspirador podía ser su esposo. Pero si bien ese talento abría muchas puertas, a veces también iba a poner a prueba su matrimonio.

Después de la campaña del proyecto Vote, la revista Chicago también se fijó en las cualidades de Barack. El artículo llegaba incluso a sugerir que ese joven debería postularse para un cargo público. Pero Barack desechó la idea. En ese momento estaba más centrado en terminar su primer libro, Unas memorias sobre las experiencias de su juventud. Era una historia importante para él. Pero además había otras motivaciones.

Si no terminaba pronto el libro, tendría que devolverle al editor el anticipo de 40.000 dólares que había recibido. Al final, lo terminó dentro de la fecha límite y Los sueños de mi padre se publicó en 1995, el mismo año en que lo invitaron formalmente a ingresar a la política. Michelle desconfiaba mucho de la invitación por varias razones. En primer lugar, no le gustaba lo que sabía y leía sobre los políticos y el proceso político. Parecía que la mayoría de los políticos se dedicaban a satisfacer intereses personales y apenas unos cuantos podrían considerarse una fuerza productiva para el bien. Además, sus experiencias en el hogar de los Jackson le habían enseñado que los políticos tienden a estar ausentes de su casa buena parte del tiempo.

A su modo de ver, era más probable que Barack lograra cambiar las cosas dirigiendo una asociación sin fines de lucro que como político en alguna oficina de miras estrechas. A pesar de todo, tenían ante sí una gran oportunidad. Estaba por quedar vacante un asiento en el Senado Estatal de Illinois, el que representaba a Hyde Park, el distrito donde vivían los Obama. Michelle le advirtió a Barack que terminaría frustrado, que por mucho esfuerzo que le dedicara, nada cambiaría. Barack se encogió de hombros. «Puede ser», dijo, «pero tal vez logre hacer algún bien, quién sabe».

Era difícil contradecir eso. Finalmente, Michelle aprobó la idea. Era escéptica y le preocupaba que la honestidad y el idealismo de su esposo solo sirvieran para que se aprovecharan de él, pero ella no se iba a interponer en el camino de una buena persona que quería cambiar las cosas.

El lado oscuro de la política

Si hay una diferencia evidente entre Michelle y Barack, es su manera de lidiar con los enfrentamientos y los ataques personales. Barack tiene la asombrosa cualidad de eludir los golpes, mientras que a Michelle le cuesta no dar importancia a los comentarios hirientes. En su vida en común hasta entonces, esta diferencia no había importado gran cosa, pero cuando se entra en la política, básicamente se abre la puerta a los ataques personales y las acusaciones sin fundamento, y puede ser difícil acostumbrarse a ello, sobre todo si se es alguien como Michelle. Uno de los primeros incidentes que la afectaron de verdad fue cuando, a fines de 1999, Barack se encontraba en plena campaña de las elecciones primarias para un lugar en la Cámara de Representantes. Sus contrincantes eran los compañeros demócratas Bobby Rush y Don Trotter.

Las cosas se complicaron rápidamente a la mitad del receso de Navidad, cuando el Senado de Illinois anunció de repente una votación de emergencia sobre una polémica ley de control de armas. En ese momento, Barack y Michelle estaban en Hawái visitando a la familia, y su hija recién nacida, Malia, se había agarrado una infección en los oídos. El primer embarazo de Michelle había sido difícil, y la pareja había elegido recurrir a la fecundación in vitro, por lo que la enfermedad de Malia era especialmente grave. Como Malia no podía viajar en avión en su estado, Barack se quedó a su lado en Hawái en vez de volver a casa. Había luchado acaloradamente por esa ley, y ahora no podría votar al respecto. Fue una decisión difícil, pero no le cabía la menor duda de que la mejor decisión era anteponer la familia a lo demás.

Aún así, no tardó en desatarse un aluvión de ataques contra el carácter de Barack. El editorial de un periódico local llamaba a todo el que no asistiera a la votación un borrego cobarde. Pero los contrincantes de Barack en las primarias fueron más personales en sus ataques. Bobby Rush puso en duda el profesionalismo de Barack y lo llamó un tonto privilegiado. Don Trotter lo acusó de usar a su hija como excusa para no ir a trabajar, y agregó que era un blanco con la cara pintada de negro. Podría decirse que la decisión de Barack inevitablemente se usaría como arma política, pero Michelle se sintió muy dolida.

Los ataques habían sido despiadados y falsos. Aunque Barack terminó por perder la elección primaria, siguió ocupando su banca en el Senado Estatal. Pero más importante aún, el Senado de la República de Nueva York en junio de 2001 llegó la segunda hija de la familia, Natasha Marian Obama, más comúnmente llamada Sasha.

Cambio de actitud

La opinión de Michelle sobre la política no mejoró con el tiempo. En su función de senador estatal, Barack se ausentaba mucho. Tan solo disponer de tiempo para disfrutar juntos una cena familiar era un lujo poco común. De hecho, la ausencia de Barack llegó a ser tan problemática que terminaron yendo a terapia de pareja. Por eso a Michelle no la entusiasmó la idea de que Barack se postulara para el Senado de los Estados Unidos.

Lo que ella no le dijo entonces a su esposo era que no creía que ganara. Después de todo, no hacía mucho que había perdido una elección primaria al Congreso. Así que Michelle le dio su consentimiento, pero lo hizo prometer que, si no ganara, dejaría la política y buscaría otra manera de lograr cambios en el mundo. Por azares del destino, esta vez su contrincante republicano abandonó la contienda. Como senador de los Estados Unidos, Barack estaba aún más ocupado, y la falta de tiempo para la familia era un problema grave. Con frecuencia llamaba por teléfono para decir, «Voy en camino» o «Estoy por llegar».

Y Michelle tuvo que aprender a interpretar estas frases. Lo que significaban en realidad era que probablemente se había enfrascado en una conversación de una hora con un colega antes siquiera de subir al auto para iniciar el trayecto a casa. Y entonces llegó la Convención Nacional Demócrata de 2004. El candidato presidencial John Kerry le pidió a Barack que pronunciara el discurso de aprehensión —cosa insólita y arriesgada, pues Barack era casi un desconocido para la mayoría de los estudiantes fuera de Illinois y un novato en el uso del teleprompter y en cómo presentarse en televisión en el horario de mayor audiencia. Decir que 2004 fue un año afortunado para Barack es decir poco. De hecho, se diría que el destino estaba en juego.

Lo cierto es que Barack se había preparado para el discurso de aprehensión durante la mayor parte de su vida y por eso resultó tan convincente. Es cierto que se lo había aprendido de memoria, pero también lo es que le salió del corazón. A Michelle no la asombró tanto escucharlo, pues ya sabía lo sorprendente que podía ser su esposo. Pero ahora el resto del país lo sabía y Barack se convirtió en celebridad de la noche a la mañana. Como dijo el comentarista de la NBC Chris Matthews después de oír el discurso, acabo de ver al primer presidente negro. Y desde luego, Barack terminó postulándose a la presidencia en la siguiente elección.

Cuando anunció su candidatura, Michelle estaba atónita de ver que 15,000 personas habían acudido al evento a pesar del frío implacable que azotó a Illinois ese día. Era como si su familia no hubiera estado en el lugar. Era como si su familia se hubiera convertido de repente en una banda de rock. En ese momento, Michelle cambió de actitud hacia la política. Entendió que esas personas contaban con ellos. La invadió un sentido de compromiso y responsabilidad.

Tenía que dar la cara por los estadounidenses que consideraban a su esposo un faro de esperanza. Ahora ella desempeñaría un papel importante para la política y la democracia. Ella desempeñaría un papel importante participando de su mensaje y contando su historia.

Lucha por la normalidad

Todo cambió durante la campaña presidencial de 2008. El esposo que conocía se desdibujó. Era un hombre en constante movimiento que necesitaba estar en todas partes a la vez. Y luego surgieron las amenazas, lo que supuso que Barack recibiera una escolta del servicio secreto antes que cualquier otro candidato en la historia. Michelle entendía las razones de la mayor seguridad, pero también le preocupaba cómo afectaría a sus hijas lo insólito de la vida en campaña.

Así, mientras el país seguía con atención todos sus pasos, Michelle intentaba mantener la mayor normalidad posible en su vida familiar. El 4 de julio de 2008, mientras estaban en campaña en Montana, se esforzaron cuanto pudieron por dedicar unos momentos a festejar el cumpleaños de Malia en un día de campo. Allí estaba la niña, sentada frente a una hamburguesa con queso, rodeada de un grupo de desconocidos que le cantaban feliz cumpleaños, mientras los agentes del servicio secreto rondaban por ahí. ¿De verdad recordaría ese cumpleaños como feliz? Lo cierto es que las niñas lo tomaban todo con tal aplomo que la campaña resultó aún más agradable. Les gustaba jugar a las cartas con el equipo de campaña y buscar heladerías cuando llegaban a un pueblo.

En su mayoría, los agentes del servicio secreto terminaban siendo amigos adultos de las niñas. Y, sobre todo, en realidad no les importaba que se le dedicara tanta atención a su padre. Desde luego, las cosas volvieron a cambiar cuando Barack ganó las elecciones. Pronto les quedó claro que vivir en la Casa Blanca era entrar en un extraño mundo paralelo. En esa realidad, hasta las cosas más simples, como salir de casa o comprar una tarjeta de cumpleaños, quizá exigieran un esfuerzo coordinado de equipo que implicaba muchos protocolos de seguridad. Era aceptable que Michelle y Barack perdieran algo de privacidad y autonomía, pero ella estaba decidida a que la vida siguiera siendo lo más normal posible para sus hijas.

Una de las primeras cosas que Michelle hizo fue inculcarles a Sasha y Malia que, a pesar de su austera grandiosidad, la Casa Blanca era su hogar. Podían jugar en los corredores y buscar bocadillos en la despensa. Michelle se propuso, en particular, encontrar una manera confiable de permitir que las niñas invitaran a sus amigos a visitarlas. Todas las reglas y restricciones de la Casa Blanca dificultan la crianza de los hijos, pero desde el principio Michelle vio algo que la hizo relajarse.

Un día de invierno miró por la ventana y vio que Sasha y Malia habían tomado prestada una bandeja grande de la cocina y la estaban usando para deslizarse por una pendiente nevada en el Jardín Sur. La hizo pensar que, después de todo, quizá la experiencia no sería tan mala para ellas.

Una primera dama

Vivir en la Casa Blanca tenía algunos aspectos positivos. Un beneficio inmediato era que Barack ya no tenía que hacer largos traslados al trabajo todos los días. La oficina oval estaba literalmente en la planta baja de donde vivían. Curiosamente, como presidente, Barack estuvo presente en muchas más cenas que cuando era senador. Pero ahora Michelle se enfrentaba a un nuevo y muy singular reto.

Ser la primera dama. Por desgracia, el trabajo no viene con un manual de instrucciones. Sin embargo, Michelle sabía que el trabajo no tenía que ser un reto. Y como no solo era la primera dama, sino la primera dama afroestadounidense, el mundo sin duda la estaría observando con especial atención y esperando un error. Como ex primera dama, Hillary Clinton le dio buenos consejos sobre posibles errores. Uno de ellos es intervenir demasiado en la agenda de la administración.

A Hillary se la criticó mucho porque, en su opinión, la primera dama no tenía que ser la primera dama. Así que Michelle tuvo el cuidado de proponer iniciativas que complementaran las políticas del gobierno sin perder su carácter de actividades independientes. Una de sus primeras empresas fue la iniciativa de la Secretaría de Salud. La Secretaría de Salud, en su opinión, tenía que ser la primera dama porque la primera dama tenía que ser la primera dama. Y la Secretaría de Salud, en su opinión, tenía que ser la primera dama porque la primera dama tenía que ser la primera dama. Una de sus primeras empresas fue la iniciativa Let’s Move, creada para atender la obesidad infantil, una afección seria que se ha triplicado en los últimos 30 años.

Hoy en día, uno de cada tres niños estadounidenses tiene obesidad o sobrepeso. Parte central del programa era la idea de Michelle de crear un huerto en la Casa Blanca. Esto no solo promovería el uso de alimentos frescos y saludables, sino que reforzaría su idea de que la Casa Blanca se sintiera más como un hogar que como una fortaleza. Después de algunas negociaciones, se asignaron al proyecto del huerto unos 100 metros cuadrados de terreno del Jardín Sur de la Casa Blanca. Llegada la primavera, Michelle y un grupo de alumnos de quinto grado de la vecina escuela primaria Bancroft se pusieron manos a la obra para preparar el suelo para la siembra. Semanas después, la prensa fue invitada a presenciar la siembra de zanahoria, lechuga, cebolla, espinaca, brócoli, hinojo, col, guisante, arbustos de bayas y diversas hierbas aromáticas.

La siembra del jardín recibió amplia cobertura en la prensa, lo que benefició la iniciativa, pero también trajo consigo cierta presión. Como sabe todo horticultor, no todas las semillas germinan. A Michelle no le costaba imaginar la mala prensa que recibiría si el huerto no ponía de su parte. Sin duda, representaría un comienzo vergonzoso de su periodo como primera dama.

Afortunadamente, las hortalizas cumplieron su parte. Al cabo de diez semanas, la primera cosecha produjo 40 kilos de frutas y verduras que enseguida llegaron a las comidas cotidianas de la Casa Blanca. Hasta que Michelle dejó la Casa Blanca, el huerto produjo cosechas anuales de 908 kilos de alimentos.

Una cita fallida y un crudo recordatorio

Cuando eres la primera dama de los Estados Unidos, salir con tu esposo no es tan fácil. Aún así, durante el primer mandato, Michelle y Barack intentaron tomarse una noche para salir. Sentían como si hubieran pasado años desde su última cita, y la idea de cenar y ver una obra de Broadway les pareció irresistible. Debían planearla bien, pero valdría la pena, ¿no? A la hora de la verdad, resultó que no tanto.

La caravana presidencial paralizó el tráfico de Nueva York y el público del restaurante y del teatro tuvo que someterse a controles de seguridad. No fue solo penoso, sino que abrió la puerta a un aluvión de mala prensa. Mientras la familia se acostumbraba a la vida en la Casa Blanca al inicio del segundo mandato, a Michelle aún le costaba lidiar con parte de la prensa que los atacaba. Le molestaba en particular el modo en que algunos medios de comunicación perpetuaban rumores sobre su esposo. Afirmaban que había mentido sobre su lugar de nacimiento y se las había ingeniado para falsificar su acta de nacimiento y los recortes de periódicos hawaianos que anunciaban el hecho. Además de ser ofensivas, las afirmaciones parecieron envalentonar a personas peligrosas que dirigieron amenazas violentas contra Barack.

Los rumores circulaban desde 2008, pero cuando resurgieron en el invierno de 2011, un hombre abrió fuego en el piso residencial de la Casa Blanca con un rifle semiautomático. Pasaron meses antes de que se pudieran reparar los daños y todo ese tiempo quedó una marca considerable en la ventana a prueba de balas del cuarto de lectura de Michelle. Esa fea marca de bala era un crudo recordatorio de por qué había tantos procedimientos de seguridad. Un año después, Michelle decidió combatir la violencia armada en otra iniciativa. Hadiyah Pendleton era una joven de 15 años que asistió a la investidura presidencial en enero de 2013. Pocos días después, fue la víctima número 36 de la violencia armada en Chicago.

Tras asistir al funeral de Hadiyah, Michelle hizo que su jefe de personal se coordinara con el alcalde de Chicago, Ryan Emanuel, para ayudar a los niños que estaban en riesgo en la ciudad. Michelle se reunió con líderes de la comunidad y, gracias a la colaboración, recaudaron 33 millones de dólares para programas en beneficio de los jóvenes de la ciudad. Michelle también invitó a estudiantes de la Escuela Secundaria Harper, situada en el sur de Chicago, a visitar la Casa Blanca y recorrer la Universidad Howard. Un abrazo de la primera dama no le va a resolver los problemas a nadie, pero Michelle quería infundir a esos jóvenes la seguridad de que ser del sur de Chicago no significaba que su futuro estuviera escrito. Nunca fue fácil criar a las niñas en un ambiente tan extraño, ni hacer oír su voz en la agenda de Barack. Pero al mirar atrás, Michelle se enorgullece de lo que logró.

Al principio, aún tenía la voz inquietante que se preguntaba si era lo bastante bueno. Pero una vez más, pudo adquirir la confianza para decir, «Sí, lo soy». Con todo, a Michelle le sigue disgustando la política y no tiene deseos de postularse para ningún cargo.

Epílogo

Michelle Obama se ha pasado la vida luchando por destacar como estudiante, profesional, madre y primera dama. En el camino aprendió a entender mejor la clase de persona que era y lo que quería hacer con su vida antes que luchar por cumplir una expectativa preconcebida. Michelle llegó a ser una mujer independiente, una madre trabajadora que pudo ayudar a sus hijas y a las personas de su comunidad. Y el haber alcanzado cierto momento de su vida no significa que alguna vez vaya a dejar de esforzarse por ayudar a los demás. Al mirar atrás, se da cuenta de que el tiempo que pasó en la Casa Blanca rindió bastantes frutos.

Además del programa Let’s Move, que llevó almuerzos escolares más saludables a 45 millones de niños e inscribió a 11 millones en programas asociados después del horario de clases, hay que contar la iniciativa Joining Forces, Unir Fuerzas, que ayudó a conseguir empleo a un millón de personas. Entre tanto, su iniciativa Let’s Girls Learn, Que las niñas aprendan, recaudó miles de millones de dólares para que niñas de todo el mundo accedieran a la educación escolar con el empoderamiento que esto puede traer consigo. Se trató sin duda de grandes logros, pero hay un logro que, para Michelle, es todavía mayor. Pese a las incontables condiciones de la pandemia, su esposo y ella pudieron criar a dos hijas extraordinarias. ¿Tienen comentarios? Estamos trabajando para mejorar la manera en que contamos historias, las memorias, biografías y autobiografías que forman parte integral de nuestra biblioteca.

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