«Una tierra prometida» de Barack Obama

Una tierra prometida (2020) es el primer volumen de las memorias de Barack Obama, el presidente número 44 en la historia de los Estados Unidos. En esta autobiografía se narra el camino recorrido por Obama, desde el adolescente rebelde de Honolulu hasta convertirse en líder comunitario en Chicago y una de las figuras más queridas y que generó más controversia en la historia estadounidense.

¿Qué beneficios ofrece? Echar un vistazo a la vida y la carrera del presidente número 44 de los Estados Unidos de América.

Corre el año 2000. En Los Ángeles, la Convención Nacional Demócrata está por comenzar y Barack Obama tiene una semana movida. Por un lado, acaba de tener la peor derrota en su corta vida política, una paliza de 30 puntos contra el actual titular demócrata de la Cámara de Representantes. Para empeorar las cosas, cuando aterriza en Los Ángeles, la agencia de alquiler de automóviles rechaza su tarjeta American Express porque había superado su límite de crédito. Y cuando finalmente llega a la convención, consideran que sus credenciales son sospechosas y ni siquiera lo dejan entrar a la sala de convenciones. La frutilla del postre fue que le negaran la entrada a la sofisticada fiesta de cierre del evento.

En ese momento, Obama decide renunciar y se va al aeropuerto. Este podría haber sido el final de la historia de Obama. Por eso entonces, no era más que un modesto senador del estado de Illinois. Pero tenía más que una deuda de tarjeta de crédito y muy poco renombre para asistir a esa fiesta en Los Ángeles. Tenía el sueño de unir a los estadounidenses de diferentes ideas políticas y distintos orígenes raciales y socioeconómicos. Estuvo cerca de renunciar en el 2000, pero no lo hizo.

En cambio, cuatro años después, en la siguiente convención nacional demócrata, pronunció el discurso de apertura. Y cuatro años más tarde, se convirtió en el primer hombre negro en aceptar la candidatura a presidente por el Partido Demócrata. Pueden imaginarse el resto de la historia. Pero el verdadero camino de Obama, desde una infancia común y corriente en Honolulu, Hawaii, salpicada por el consumo de drogas y notas mediocres en la escuela, hasta liderar la sala de situación como el primer presidente negro y ordenar el asalto que terminó en la muerte de Osama Bin Laden, está más lleno de dudas, compromisos y confusión de lo que la mayoría de la gente podría imaginar. Estos resúmenes ofrecen una mirada singular de los pensamientos más íntimos de Obama a lo largo de su vida, desde su más tierna infancia hasta el año 2011.

Un despertar político

Barack Hussein Obama era un niño bastante bueno. Nació en 1961 y creció con su madre y sus abuelos en Honolulu, Hawaii. Pero ni su madre ni sus abuelos imaginaron alguna vez que terminaría ocupando un cargo público, y mucho menos, que se convertiría en presidente. Como estudiante, no fue sobresaliente, si bien fue un jugador de baloncesto aceptable. En realidad, solo le interesaba salir de fiesta.

Pero en algún momento en la escuela secundaria comenzó a hacerles preguntas a sus abuelos que no podían responder, como ¿por qué la mayoría de los jugadores profesionales de baloncesto eran negros, pero ninguno de los entrenadores era negro? ¿Por qué las personas que su madre consideraba buenas y decentes tenían tantos problemas financieros? Para responder estas preguntas, recurrió a los libros. Ese voraz hábito de la lectura le permitió tener desarrollado un cierto sentido de la política cuando llegó al Occidental College en Los Ángeles en 1979. En la universidad, siguió leyendo, pero principalmente para impresionar a las chicas. Leyó a Foucault para relacionarse con una elegante bisexual que vestía toda de negro.

Estudió a Marx para cautivar a una enérgica socialista de la residencia universitaria. No logró mucho con las chicas, pero a través de la lectura descubrió algunas cosas sobre teoría política. Cuando pasó a la Universidad de Columbia, se obsesionó con la idea de la política en la práctica. Con tanta actividad política, no era muy divertido pasar el rato con él, y los pocos amigos que tenía no dudaron en decírselo. Pero no tenía problema con quedarse solo con sus ideas. Solo necesitaba un lugar donde ponerlas en práctica.

Después de graduarse, consiguió trabajo en Chicago con un grupo que intentaba estabilizar la situación de las comunidades perjudicadas por los cierres de las plantas siderúrgicas. Con este trabajo sacó de una vez por todas su cabeza de los libros de teoría. Tenía que escuchar a personas reales y sus problemas reales. El trabajo también lo ayudó a entender su identidad como hombre negro de raza mestiza. Aún así, no estaba satisfecho con lo que estaba haciendo. Los cambios sucedían con demasiada lentitud.

Quería tener poder de decisión, preparar presupuestos y establecer políticas que tuvieran un impacto real en esas comunidades. Decidió solicitar su inscripción en la Facultad de Derecho de Harvard, y fue aceptado. En otoño, se mudó a Boston para comenzar la siguiente etapa de su viaje. Pero resulta que la experiencia de Obama en la Facultad de Derecho se parecía mucho a su anterior experiencia universitaria. Pasaba todo el tiempo leyendo sobre educación cívica. Pero esta vez fue mejor recompensado por ello.

Lo eligieron director del Harvard Law Review, consiguió su primer contrato para escribir un libro, y le llegaron ofertas de trabajo bien pagadas y de alto nivel. Esto fue gratificante. Pero Obama terminó tomando un camino diferente.

Un último intento

El primer momento realmente decisivo para Obama fue en el 2000. Su vida parecía ir bien. Se había casado con Michelle, una abogada hermosa e inteligente de Chicago, y habían tenido una preciosa hija, Malia. Había aceptado dos trabajos en Chicago, donde ejercía como abogado y era docente de derecho. También tuvo la oportunidad temprana de postularse para el Senado Estatal.

Una carrera que ganó dos veces. Pero no era suficiente para él. A pesar de las protestas de Michelle de que lo necesitaba más tiempo presente en casa, decidió postularse para la Cámara de Representantes, contra un titular popular en funciones. Fue un movimiento audaz, y las cosas no salieron como las había planeado. Perdió por 30 puntos. Analizando con detenimiento sus elecciones, se dio cuenta de que las elecciones de Obama eran muy difíciles.

Se dio cuenta de que no le gustaba el rumbo que estaba tomando su vida. Después de todo, en un rapto de arrogancia, había decidido participar en una carrera que no podía ganar. Peor aún, estaba defraudando a su joven familia. Sin embargo, no se forzó a alejarse por completo de la política. Seguía creyendo en su sueño de unir a los estadounidenses de diferentes ideas políticas y distintos orígenes raciales y socioeconómicos. El problema era que este tipo de política sencillamente no se adaptaba a las carreras locales.

Lo que tenía que hacer era impulsar su candidatura a nivel nacional, postulándose al Senado. Así que decidió intentarlo una vez más. Si volvía a fallar, abandonaría la política sin remordimientos. Michel le dio su bendición a regañadientes. Esta vez, Obama encontró un arma secreta, David Axelrod, un periodista que se había convertido en consultor político mediático. Akes sabía que Obama tenía un mensaje persuasivo.

Solo necesitaba transmitirlo de manera más eficaz. La influencia de Akes pronto rindió sus frutos. Antes incluso de que Obama anunciara su candidatura. Un discurso en el que se pronunciaba en contra de la guerra de Irak se volvió viral en los blogs y en MySpace. No es que él supiera lo que eso significaba. Necesitaba la ayuda de su joven equipo de campaña para comprender el mundo en línea.

Su impulso creció. Llovieron pequeñas donaciones y aparecieron voluntarios. Obama y su equipo se dieron cuenta de que habían aprovechado algo. Sus discursos hablaban de los problemas reales de la gente y su candidatura reflejaba una esperanza que algunos estadounidenses consideraban extinguida. Antes de las elecciones, se le presentó la oportunidad de su vida. Lo invitaron a dar el discurso de apertura en la Convención Nacional Demócrata de 2004.

Recostado en la cama de su habitación de hotel en Springfield, Illinois, escribió su discurso en un blog de notas amarillo. Trató de resumir la política que había estado buscando desde la universidad, nutriéndose de las lecciones que había aprendido de sus padres y abuelos. Se decidió por una frase que recordaba de su pastor en Chicago, la audacia de la esperanza. Fue un momento fundamental en su carrera, la última vez que pudo entrar en una habitación sin ser reconocido. Unas semanas más tarde, fue electo senador tras ganar por una abrumadora mayoría.

Un cambio en el cual podemos creer

Luego de su discurso ante el Comité Nacional Demócrata, el despliegue publicitario que rodeaba a Obama rápidamente se volvió una locura. Le costaba hacer cosas normales. Un día después de una visita caótica al zoológico de Lincoln Park, su hija Malia le sugirió que adoptara el alias de Johnny McJohn John para ser más anónimo.

Michelle agregó que solo podría ser verdaderamente anónimo si se sometía a una operación que corrigiera la forma de sus orejas. Apenas abandonó el escenario del Comité en 2004, la gente comenzó a decirle que algún día sería presidente. Sus propias convicciones no eran tan fuertes. Pero de alguna manera, en la primavera de 2006, postularse para presidente ya no parecía algo imposible. Los medios no aceptarían un no por respuesta, sin importar cuántas veces lo negara. Cuando el senador de Nevada, Harvey Reid, le dijo que debería votar por el presidente, su postura firme se flexibilizó.

Pero fue una visita al senador Ted Kennedy lo que finalmente le hizo cambiar de opinión. Invocando a sus idealistas hermanos, John y Robert, Kennedy miró a Obama a los ojos y le dijo, «Los momentos como este son raros. Piensas que tal vez no estás listo. Pero tú no eliges el momento. El momento te elige a ti». Obama anunció que se presentaría a la presidencia de la República.

Obama anunció que se presentaría como candidato a la presidencia en febrero de 2007 y luego se dirigió directamente a Iowa para iniciar su campaña para la asamblea electoral más importante del estado. Miles de personas fueron a verlo. «Esto no es normal», dijo un avesado operador político de Iowa. Pero Obama no era una apuesta segura. Era un candidato joven e inexperto. Lo peor de todo es que era profesor.

Y se notaba. En lugar de limitarse a brindar breves definiciones, trató de responder las preguntas de los entrevistadores. Los otros candidatos, más experimentados, adoptaban un enfoque diferente y aprovechaban las entrevistas como plataforma para transmitir su mensaje. La campaña tuvo dos cosas a su favor. Primero, un equipo de primer nivel liderado por David Axelrod. La segunda fue el dinero.

A medida que la campaña avanzaba, la composición de su base de donantes pasó de grandes benefactores a pequeños donantes comunitarios. También contaron con un ejército de jóvenes y entusiastas voluntarios que acudieron en masa para ayudar en Iowa. El impulso de Obama hizo temblar a los otros candidatos, especialmente a Hillary Clinton, quien para muchos sería la candidata demócrata. La hostilidad entre Obama y Clinton terminó en una pelea a gritos en la pista de aterrizaje, frente a sus dos aviones, en Des Moines, Iowa.

Pero las tácticas encubiertas de la campaña de Clinton y la pelea a gritos tuvieron poco impacto. Obama ganó a Iowa de manera contundente por ocho puntos. La carrera estaba en marcha.

¿Un presidente negro?

Los buenos resultados de Iowa no se replicarían tan fácilmente. Perdieron New Hampshire, la próxima carrera por las primarias. Pero Obama ve ahora esa derrota como uno de los momentos más importantes de la campaña.

En ese momento, se dieron cuenta de que no sería tan fácil como parecía. El equipo se arremangó y volvió al ruedo. Había más problemas a la vista. Durante un servicio religioso dominical, grabaron a un viejo amigo de Obama, el reverendo Jeremiah Wright, mientras expresaba opiniones descabelladas sobre la supremacía blanca y la inferioridad negra. Esto sacó a relucir algunos viejos problemas para Obama en torno a su compleja relación con la comunidad negra. Algunos pensaban que Estados Unidos no estaba preparado para un presidente negro.

Otros, que Obama no era lo suficientemente negro para representar a la comunidad. No fueron solo algunos en la comunidad negra quienes tuvieron problemas con Obama. La prensa de derecha repetía como un loro algunos rumores absurdos y lo acusaban de haber sido gay, traficante de drogas y de haber ejercido la prostitución. También sufrió, junto a su esposa, ataques racistas. Un segmento de Fox News describió a Michelle como la mamá del bebé de Obama. Sin embargo, Obama siguió ganando.

En Carolina del Sur, se sintió animado por una histórica participación de los negros. Personas de distintos orígenes enloquecían en sus actos de campaña. Después de sus discursos, sus seguidores gritaban y lloraban. Le tocaban la cara y le pedían que sostuviera a sus bebés. Los mítines cargaron de energía a Obama y su equipo de campaña. Pero a Obama también le preocupaba estar concentrando millones de sueños y esperanzas diferentes.

Inevitablemente, sería una decepción. Y luego el reverendo Wright volvió a hacer noticia. Empezó a circular un video que recopilaba y destacaba todas las cosas provocadoras que había dicho a lo largo de los años, inclusive su famosa frase, que Dios maldiga a los Estados Unidos. Era como abono para los votantes de los estados republicanos, amantes de los programas de debate por radio, que se sentían incómodos con la idea de tener un hombre negro en la Casa Blanca. Incluso los miembros más optimistas del equipo de campaña admitieron que era probable que no pudieran sobrevivir a esto. Obama decidió arriesgarse.

Pasó los próximos días trabajando en un discurso sobre la raza. Quería comunicarles a los estadounidenses que si bien el reverendo Wright era de hecho parte de su narrativa, no era la historia completa. La abuela blanca de Obama, una mujer que a veces se asustaba cuando se cruzaba con personas de raza negra en la calle, también era parte de esa historia. Independientemente de que el discurso le llegara o no a su audiencia, Obama pensó que estaría diciendo lo que en verdad quería decir. No debería haberse preocupado. El discurso les llegó.

Fue visto por un millón de personas en 24 horas. Un récord en ese momento. Habían logrado detener con éxito la avalancha. Con la próxima ronda de victorias en las primarias, estaba claro que Obama sería el candidato.

Grandes esperanzas, y un destello de oscuridad

Cuando llegó el momento de que Obama eligiera a un compañero de fórmula, Joe Biden, no fue su primera opción. En los papeles eran polos opuestos. Biden, 19 años mayor que Obama, era congresista de carrera.

Obama era un joven novato. La calidez y la alegría de Biden estaban a años luz de la frialdad del profesor Obama. Pero Biden era inteligente, compasivo y prestaba atención. Y sobre todo, tenía corazón. Fue una decisión fácil al final. Obama disfrutaba de una clara ventaja en las encuestas cuando John McCain, el candidato republicano, anunció a su propia compañera de fórmula mediante un comunicado de prensa que llevó a Joe Biden a preguntarse ¿Quién diablos es Sarah Palin?

Joe y todo el país pronto se enteraron. Era la gobernadora de Alaska, una chica ultraconservadora de un pueblo pequeño con la energía típica de la modesta clase trabajadora. No tenía idea de qué estaba hablando sobre los más variados temas. Pero eso no les importaba a los votantes, que estaban encantados de ver a alguien como ellos en el escenario. Esto evidenciaba una realidad mucho más amplia y oscura, en la que la lealtad partidista y las maquinaciones políticas amenazaban con tapar todo lo demás. John McCain era un buen hombre.

Obama lo había visto demostrar verdadero coraje en el Senado. Pero el candidato republicano estaba siendo empujado hacia la derecha por su partido y por el sentimiento cada vez más populista en el electorado. Sin embargo, McCain y Palin no eran los peores problemas de Obama. El sistema financiero mundial estaba a punto de sufrir una crisis catastrófica y no estaba del todo claro cuándo se recuperaría, o si lo haría. Cuando las principales entidades de crédito de hipotecas de alto riesgo del país comenzaron a declararse en quiebra a fines del 2007, todo se vino abajo rápidamente. Las instituciones financieras anunciaron miles de millones en pérdidas, los mercados reaccionaron mal, y cuando llegó la primavera del 2008, Estados Unidos había entrado en recesión.

La campaña de McCain tuvo problemas desde el principio. Cuando tomó la decisión desesperada y milagrosa de suspender su campaña, supuestamente para hacer frente a la crisis financiera, quedó claro para casi todos que Obama iba a ganar. El afiche con la palabra HOPE, The Shepard Ferry, que mostraba la cara de Obama en rojo, blanco y azul, comenzó a aparecer por todas partes. «Estás en boca de todos», le dijo Valerie Jarrett, amiga y asesora de Obama desde hacía mucho tiempo.

El día de las elecciones, Obama jugó baloncesto. Luego recorrió las calles desiertas de Chicago hasta el Hotel del Centro donde vería los resultados junto a su familia. Cuando empezaron a llegar los resultados, Obama se sentó junto a su suegra, Marianne Robinson, que había crecido en una época en la cual la idea de un presidente negro parecía tan rara como la de ver una vaca volando. «Esto es demasiado», dijo mientras observaba cómo los estados se pintaban de azul el color de los demócratas.

Salir del precipicio

La agenda de un presidente está repleta desde el momento en que gana las elecciones. Pero durante el invierno de 2008, solo había una cosa que realmente importaba, detener el colapso económico. El mercado de valores había caído un 40%.

Hubo solicitudes de ejecuciones hipotecarias en 2.3 millones de hogares. El nivel de riqueza de los hogares se había reducido cinco veces más que durante la Gran Depresión. Las cosas estaban tan mal que Obama volvió a fumar, hasta 10 cigarrillos por día. Lo primero que había que hacer era aprobar un proyecto de ley de estímulo fiscal que inyectara dinero en la economía hasta que pudiera ponerse en marcha de nuevo. El proyecto de ley ofrecía varios beneficios. Más vales de alimentos, una ampliación del seguro de desempleo, recortes de impuestos para la clase media y asistencia gubernamental para que los estados pudieran evitar el despido de maestros, bomberos y otros empleados.

Pero lograr que el Congreso lo aprobara no era para nada seguro. La verdad es que el Congreso no estaba funcionando muy bien. El bipartidismo era una cosa nostálgica del pasado. Incluso en esta instancia, la mayoría de los políticos centristas apenas se aferraban a sus bancas. Una nueva generación de políticos, discípulos de Newt Gingrich, Rush Limbaugh y Sarah Palin, había llegado al poder. Estas personas no se comprometían.

Eran dirigidos por Mitch McConnell, el líder republicano del Senado. McConnell era aburrido y poco carismático, y estaba más interesado en el férreo partidismo que en el trasfondo de la política. También era bastante grosero. Joe Biden le comentó a Obama sobre un encontronazo que habían tenido en el recinto del Senado, cuando Biden se acercó a McConnell para discutir una ley. McConnell levantó la mano para detenerlo, como si estuviera dirigiendo el tráfico. «Tal vez tienes la impresión equivocada de que esto me importa», le había dicho.

Obama se comprometió a trabajar de la vereda de enfrente. Pero a medida que pasaban los días, la cooperación republicana se agotó aún más. Le llegó el rumor de que Mitch McConnell había estado presionando a su grupo parlamentario para que ni siquiera hablaran con los funcionarios de la Casa Blanca sobre el proyecto de ley de estímulo, en un intento por evitar que Obama lograra algo, independientemente de las consecuencias para el país. Al final, la ley de reinversión y recuperación no contó con el apoyo republicano.

Había suficientes demócratas en la Cámara para aprobarla de todos modos, pero la exclusión total de los republicanos fue el primer golpe en una guerra que McConnell y sus aliados librarían contra Obama durante los siguientes ocho años. Esta resistencia republicana, que se endureció en las primeras semanas de la presidencia de Obama, influyó sobre la mirada de la prensa y el público. También marcó el rumbo para una división de las sensibilidades políticas en los Estados Unidos, que causó enormes consecuencias sin precedentes, con las que todavía estamos lidiando hoy.

Grandes cambios

Un día, unos 100 días después de iniciado su mandato, Obama se reunió con Tim Gaetner, el secretario del Tesoro. Por lo general, Obama podía darse cuenta qué tan malos eran los números con solo ver la expresión en el rostro de Gaetner. Pero esta vez fue diferente. La economía parecía estar dando un vuelco. A esta altura, la crisis financiera había llegado a todos los rincones del mundo, y era un tema candente en la cumbre del G-20 del 2009 en Londres.

El trabajo de Obama era convencer a todos los miembros del G-20 de que el estímulo fiscal era la medida correcta, incluidos los países poco cooperantes como Rusia y China. Se establecieron vínculos con Angela Merkel y Nicola Sarkozy, del contingente europeo. Merkel era una líder paciente y metódica, con unos ojos azules brillantes que a veces dejaban traslucir emociones profundas. Ella y Obama se llevaron bien de inmediato. Sarkozy, por otro lado, era un cúmulo de arrebatos emocionales. También usaba plantillas en sus zapatos para aumentar su altura, según señaló Obama divertido.

Después de los halagos típicos de estas cumbres, el G-20 llegó a un acuerdo sobre el estímulo fiscal. Sarkozy estaba tan emocionado que comenzó a corear el nombre de Gaetner, para disgusto de la reservada Merkel. Cuando regresaron a casa, Ted Kennedy le regaló a la familia Obama un perro de agua portugués. Este peludo manojo de alegría, de lengua rosada y pelaje blanco y negro, se llamó Beau. Rápidamente se convirtió en un miembro muy amado de la familia Obama. Pero Ted y Kennedy tenían una enfermedad terminal con un tumor cerebral.

En esta etapa tardía, había un solo asunto que podría haberlo obligado a levantarse de la cama. La atención médica. El sistema de atención de la salud de los Estados Unidos estaba quebrado desde hacía décadas. En 2009, más de 43 millones de estadounidenses no tenían seguro médico, y las primas de cobertura familiar habían aumentado un 97% desde el 2000. Los costos de la atención médica habían escalado fuera de control. El equipo de Obama estaba preocupado por lo que sucedería si se realizaba un gran cambio, en un intento por introducir la cobertura médica universal, y esta medida fallaba.

Con un Congreso tan desordenado, impulsar una ley del cuidado de la salud estaba lejos de ser una apuesta segura. Pero debido a la recesión, sus números en las encuestas se verían afectados de todos modos. Para Obama, dejar que el miedo se interpusiera en su camino de ayudar a millones de personas a obtener la atención médica que necesitaban, habría sido inconcebible. Kennedy se unió a Obama para una conferencia de prensa sobre el tema, en una de sus últimas apariciones presidenciales. La política en torno a dicha ley sería muy complicada. Por eso, Obama insistió en dar forma al proyecto de ley de tal manera que pudiera obtener, al menos, algo de apoyo republicano. Pero los republicanos tenían otros planes.

Victorias históricas, derrotas históricas

Los republicanos estuvieron en contra de la ley del cuidado de salud a bajo precio desde el principio. Después de realizar pruebas de mercancía, con cerca de 40 mensajes en contra de la reforma, se dieron cuenta de que describir el plan como una toma del poder por parte del gobierno enfurecía más a los votantes republicanos. McConnell lanzó ofensivas en contra de la ley usando exactamente esa expresión. Sus esfuerzos por irritar al público estaban funcionando.

En el verano de 2009, el llamado Tea Party estaba en auge. Era un esfuerzo de la derecha para atraer votantes intensificados a la política. Las divisiones locales del Tea Party movilizaron a sus seguidores contra lo que denominaron Obamacare, utilizando las mismas herramientas de redes sociales que Obama había empleado para llegar a la presidencia. Uno de sus temas de conversación favoritos era un viejo rumor de que Obama en realidad había nacido en Kenia y, por lo tanto, no era elegible para ser presidente. Obama no pensó que pudiera contrarrestar esta ola de opositores. La ley de la salud no era una opción para el gobierno republicano.

No pensó que pudiera contrarrestar esta ola de opositores. Pero sí que podría fortalecer un poco a los demócratas del Congreso. Entonces, su equipo organizó un discurso en el horario de máxima audiencia ante una sesión conjunta del Congreso. El acto se vio empañado por una muestra de falta de respeto sin precedentes por parte de un congresista de Carolina del Sur, quien le gritó a Obama, «¡Mientes!», en medio de su discurso. No obstante, Obama logró impulsar la ley del cuidado de salud a bajo precio en el Senado, en la víspera de Navidad del 2009, después de 24 horas ininterrumpidas de debate. Unos meses después, tras una dura batalla, la ley fue aprobada también en la Cámara de Representantes.

Obama y su equipo estaban eufóricos. Fue una promesa cumplida. También parecía un buen momento para dejar de fumar. Obama no ha tocado un cigarrillo desde entonces. Desde que Obama asumió como presidente, su equipo sabía que las elecciones de mitad de mandato serían difíciles. Habían intentado hacer mucho en dos años, aprovechando al máximo el control que el Partido Demócrata ejercía en el Congreso y su amplia mayoría en el Senado.

Habían logrado salvar la economía de una depresión y estabilizar el sistema financiero mundial, y habían conseguido que se aprobara un histórico proyecto de ley de atención médica. Más de lo que cualquier Congreso había logrado en los últimos 40 años. Pero la economía todavía estaba en serios problemas. A la gente que seguía pasándola mal, no le importaba que las cosas podrían haber sido incluso peores, si Obama no hubiera intervenido. Ese año, los demócratas perdieron 63 bancas en la Cámara, la peor derrota para un partido desde la década de 1930. También perdieron la mayoría calificada en el Senado, lo que significaba que las cosas se pondrían mucho más complicadas.

Eventos en el extranjero obligan a tomar decisiones difíciles

Los primeros años de su mandato le enseñaron a Obama que, en el fondo, era un reformista, no un radical. Algunas de sus decisiones en materia de política exterior reforzaron dicha perspectiva, pero otras lo obligaron a reconsiderar sus valores y en qué medida podía estar a la altura. La guerra en Afganistán es un ejemplo en el que un enfoque radical habría sido catastrófico.

La situación de base, un gobierno corrupto e ineficaz, y una población que vivía en gran medida de acuerdo con los caprichos de los talibanes, significaba que una retirada total de las tropas nunca era una opción. De hecho, el Estado Mayor Conjunto recomendaba un enorme despliegue nuevamente, 17.000 soldados más, contra una ofensiva de verano de los talibanes. Entonces, casi tan pronto como Obama autorizó las tropas adicionales, el Estado Mayor Conjunto y el comandante de las fuerzas estadounidenses en Afganistán solicitaron el envío de otros 40.000 soldados. Demasiado para ser un presidente antibélicista, pero las alternativas eran peores. Mientras tanto, Obama recibió una llamada del Comité Nobel. Le estaban otorgando el Premio Nobel de la Paz.

Estaba sorprendido. ¿Por qué? Le preguntó a su asistente al recibir la noticia. ¿No estaba promoviendo la paz? Estaba enviando a más jóvenes a la guerra. Parecía ser un indicador de una brecha cada vez mayor entre la realidad de la presidencia de Obama y las expectativas que otros tenían de ella.

Muy pronto, hubo otro acontecimiento en el extranjero que obligó a Obama a confrontar el abismo entre sus propios valores y la realidad de sus capacidades. En el 2010, Egipto estalló en protestas. Miles de manifestantes llenaron la plaza Tahrir para pedir la destitución del anciano Hosni Mubarak, un autócrata totalmente ajeno a la realidad. Si Obama hubiera sido candidato a senador, la decisión de apoyar la reforma democrática habría sido fácil. Pero el presidente Obama se vio obligado a lidiar con el hecho de que Estados Unidos tenía intereses creados en un Egipto estable, donde Mubarak continuara como dictador, incluso a expensas de los procesos democráticos. Peor aún, la Hermandad Musulmana, una organización islamista, era el grupo político más poderoso del país.

Si el grupo tomaba el poder, eso podría implicar problemas para las relaciones entre los Estados Unidos y Medio Oriente. Finalmente, Obama decidió seguir lo que le dictaba su conciencia. Habló en apoyo de los manifestantes y le pidió a Mubarak que renunciara, primero mediante una llamada telefónica privada y luego públicamente, cuando Mubarak dio un paso al costado. Fue el verdadero final de una era en Medio Oriente, pero esto desencadenó eventos que supondrían una catástrofe en toda la región, para miles de manifestantes en Siria y Bahrein, y para un grupo de estadounidenses en Benghazi, Libia, unos años más tarde.

Justicia en manos del equipo SEAL

El paradero de Osama Bin Laden, el artífice de los ataques del 11 de septiembre, era desconocido desde diciembre de 2001. Poco después de asumir como presidente, Obama les dijo a sus asesores que quería que la búsqueda de Bin Laden fuera una prioridad. Pensaba que la continua libertad de Bin Laden era una burla al poder estadounidense y un tema doloroso para las familias víctimas del ataque terrorista.

En 2010, su solicitud finalmente dio sus frutos. Los agentes de la CIA habían encontrado un complejo en Abbottabad, Pakistán, donde habían reunido información de inteligencia sobre un hombre al que llamaban The Pacer. Este individuo, que medía más de 1.83 metros, nunca salía del complejo y quemaba su basura en lugar de tirarla. Tenía el mismo número de esposas e hijos que Osama Bin Laden. Para hacer ejercicio, caminaba en círculos en el jardín del complejo. La CIA calculó que la probabilidad de que se tratara de Bin Laden era entre un 60 y un 80 por ciento.

Ahora dependía de Obama decidir si autorizaba una operación militar y de qué manera, sin que se enteraran los pakistaníes o cualquier otra persona ajena al ataque. La más mínima filtración de información significaría el fracaso de la misión, ya que Bin Laden desaparecería sin dejar rastro alguno, tan pronto como se enterara de que los estadounidenses estaban tras sus pasos. Después de guardar el secreto durante casi dos años, Obama decidió autorizar una misión de operaciones especiales. Un equipo S.I.L.E. de la Marina volaría a Pakistán desde Afganistán en helicóptero para asaltar el complejo, matar a Bin Laden y escapar antes de que la policía o el ejército pakistaní descubrieran que estaban allí. A medida que pasaban los días, la tensión fue aumentando hasta alcanzar un punto crítico. El día de la operación militar, Obama apenas pudo trabajar.

Jugó a las cartas con sus asistentes, bastante nervioso, mientras esperaba que anocheciera en Pakistán. Cuando llegó la noche, él y su equipo se agolparon en una pequeña habitación alrededor de un especialista del ejército. Fue la primera y única vez que observó una acción militar en vivo y en directo, y los 20 minutos que duró la operación le resultaron insoportables. Pero luego recibieron la noticia que habían estado esperando. Bin Laden había sido asesinado en la casa. Cuando se corrió la voz, una multitud se reunió frente a la Casa Blanca para celebrar gritando «¡Estados Unidos! ¡Estados Unidos!».

Este evento representó un pequeño cambio en el estado de ánimo del país, al menos por un tiempo. Al igual que en la elección de Obama tres años atrás, la gente se sentía satisfecha al ver que su país lograba una victoria histórica. Fue la primera vez durante su presidencia que Obama no tuvo que vender lo que había hecho. En su camino de regreso a la Casa Blanca, después de haber felicitado al exitoso equipo SEAL, Obama sintió que podía relajarse.

Mientras contemplaba el reluciente río Potomac, que serpenteaba a través de la capital, había logrado algo importante, algo histórico. Quedaba un largo camino por delante, más batallas con el renuente Congreso de McConnell, una dura lucha por la reelección, innumerables decisiones en un clima de tensión y verdades difíciles por enfrentar. Pero esta noche, al menos, podía respirar en paz.

Resumen final

El mensaje clave de estos resúmenes es Obama no era un hombre predestinado a ser presidente. A lo largo del camino que tomó desde el adolescente relajado de Honolulu hasta el primer presidente afroestadounidense, hubo pasos en falso, decepciones y decisiones francamente estúpidas. Luchó contra la arrogancia, los privilegios y las ideas preconcebidas, batallas que sigue peleando en la actualidad, pero superó los obstáculos en su vida personal de la forma en que espera que Estados Unidos pueda avanzar como nación, aprendiendo a reconciliar los aspectos enfrentados de su propia naturaleza. Al hacer converger sus orígenes como hombre blanco y hombre negro, así como los valores de la clase trabajadora de su infancia, con su propio idealismo de la Ivy League, Obama aprendió cómo y cuándo una persona y un presidente deberían ceder. Y quizás lo más importante, cuándo deben mantenerse firmes en lo que creen.

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