Homo Deus: Breve historia del mañana (2015) explica cómo llegamos a ser la especie dominante del planeta y revela una predicción para el futuro de la humanidad. Examina nuestro estado humanista actual, la noción de elección individual y cómo insistimos en adorar al individuo por sobre todo. También revela de qué manera la ciencia y la tecnología, con el paso del tiempo, harán que los seres humanos se pongan al servicio de los algoritmos informáticos.
¿Qué beneficio ofrece? Aprender por qué los seres humanos no gobernarán para siempre.
El advenimiento de los seres humanos y su posterior control de la Tierra comenzó gracias al talento creativo, la conciencia y la capacidad para pensar del Homo sapiens. La religión y la filosofía humanista han puesto su granito de arena para hacer realidad este reinado, al situar al ser humano en el centro de la creación y el pensamiento. De hecho, con el rápido avance de la ciencia y la tecnología, las computadoras y la inteligencia artificial parece que hay poco que pueda detenernos. Pero, ¿podríamos estar cavando nuestras propias tumbas?
Estos resúmenes explican el surgimiento de la humanidad y la doctrina de la superioridad humana. Verán qué nos hizo dominar este planeta y por qué pensamos que somos especiales. Pero también podrán mirar hacia adelante y ver lo que amenaza nuestro reinado, y podría provocar la caída de la humanidad.
¡A qué alturas escalamos! Las ambiciones de la humanidad cambian día a día.
Para la humanidad, el progreso y la innovación no son nada nuevo. Nos hemos esforzado por alcanzar las estrellas y llegamos a la Luna. Hemos desarrollado los medios para vencer el hambre, pero también las enfermedades y los efectos de la guerra.
Pero a medida que avanzamos, nuestras ambiciones deben modificarse. Pensemos hasta dónde hemos llegado. Ahora podemos controlar la propagación del hambre y las enfermedades, catástrofes que mataron a muchas personas en el pasado. En Francia, por ejemplo, entre 1692 y 1694, la hambruna acabó con el 15% de la población. Eso significa casi 2.5 millones de personas. La tristemente célebre pandemia de la peste negra mató entre 76 y 77 millones de personas.
La pandemia de la peste negra mató entre 75 y 200 millones de personas en Eurasia en la década de 1330. Eso es casi una cuarta parte de toda su población. Pero hoy en día hemos superado prácticamente el hambre y la enfermedad. De hecho, es más probable que una persona muera de obesidad que de hambre. En el 2010, hubo 3 millones de muertes por obesidad en todo el mundo. Por el contrario, la desnutrición y el hambre combinados mataron apenas a un tercio de esa cifra.
Estamos tan avanzados que medimos nuestras catástrofes en una escala diferente. Tomemos, por ejemplo, la crisis del ébola. Aunque se considera una epidemia moderna grave, mató a solo 11.000 personas. Con la guerra sucede más o menos lo mismo. Es algo excepcional más que un hecho que se da por sentado. Es más probable que mueran de diabetes – 1.5 millones de personas murieron en 2012 – que debido a una guerra – 120.000 fallecimientos en el mismo año.
¿Eso importa? Significa que como especie, la humanidad puede ajustar sus objetivos. Podemos aspirar a vivir más tiempo o ser más felices y fuertes. Estamos en camino. La medicina del siglo XX casi ha duplicado nuestra esperanza de vida. Algunas personas incluso piensan que la inmortalidad es posible.
También sentimos que podemos vivir más felices. Es por eso que, según una encuesta del 2013 sobre el consumo de drogas y la salud, más de 17 millones de estadounidenses manifestaron haber consumido éxtasis. La tecnología también se usa para fortalecer nuestros cuerpos. Ahora los pacientes con parálisis controlan miembros biónicos solo con el pensamiento. Pero esto es apenas el comienzo. Podemos esforzarnos por llegar más lejos todavía.
Los seres humanos afirmaron ser superiores a los animales y lo han demostrado a través de la cooperación colectiva.
Los seres humanos son, sin duda, las criaturas más exitosas del mundo. Pero, ¿seremos capaces de mantenerlo? Si queremos saber hacia dónde vamos, primero debemos saber de dónde venimos.
¿Qué nos hizo tan poderosos? Desde que dejamos de ser cazadores-recolectores, hemos afirmado ser superiores a otras especies. Hace unos 12.000 años empezamos a domesticar el ganado, casi en el mismo momento en que pasamos a dedicarnos a la agricultura. Actualmente, más del 90% de los animales de gran porte están domesticados. El lado negativo es que la domesticación conduce al sufrimiento de los animales. Por ejemplo, las cerdas son confinadas a vivir en jaulas de gestación, donde apenas pueden moverse, y luego, cuando sus cuerpos no pueden soportar más, son sacrificadas.
Sorprendentemente, la mayoría de la gente está de acuerdo con esto. Satisface nuestro deseo de comer carne económica y abundante. Pero, ¿qué nos hace tan especiales que pensamos que podemos abusar de estos animales? Mírenlo de esta manera. Metafísicamente no somos tan distinguidos de los otros animales. Nos gusta imaginar que, de alguna manera, somos diferentes porque concebimos el alma humana.
Los monoteístas afirman que somos los únicos que poseemos un alma. Pero no hay evidencia de que tal cosa exista, o de que podamos diferenciarnos de los animales mediante la existencia del alma. ¿Tal vez piensan que los animales tienen una conciencia inferior? En realidad, todavía no sabemos si la conciencia humana es diferente de la conciencia animal. Después de todo, la ciencia moderna todavía no puede explicar qué es realmente la conciencia. Quizás nuestra dominación del mundo se pueda encarar de manera diferente.
Reflexionemos sobre nuestra capacidad de cooperar de manera flexible a gran escala. En las últimas elecciones de los Estados Unidos, por ejemplo, casi 40 millones de personas se las arreglaron para presentarse a votar en el día acordado. Acataron las mismas reglas y acordaron aceptar los resultados.
Las religiones nos han brindado discursos que condensan dilemas morales.
La cooperación nos proporcionó la ventaja competitiva. Pero, ¿qué nos hizo conectarnos a nivel del pensamiento en primer lugar? Este deseo de cooperación se refleja en los discursos compartidos.
Cuando compartimos historias, también compartimos valores. Consideren que, a fines del siglo XII, los líderes europeos se unieron en la Tercera Cruzada. ¿Cuál era su objetivo? Recuperar Jerusalén. Personas de toda Europa se unieron para luchar como aliados. Esto incluyó a franceses e ingleses, que dieron fin a su propia guerra para participar de las cruzadas.
¿Qué lo hizo posible? En pocas palabras, creían en el mismo discurso religioso católico. Y, en consecuencia, pensaron que obtendrían la salvación eterna por sus esfuerzos. Los discursos religiosos son igualmente poderosos hoy en día, pero se han transformado de manera sorprendente. Nadie nos va a acompañar en una expedición para conquistar otro país solo porque el papa lo diga. Cualquiera se reiría de esta idea descabellada.
Pero esto no se debe a que ya no tengamos una religión. Simplemente las religiones de hoy lucen diferentes. Volvamos a lo esencial. ¿Qué es la religión? Para empezar, aclaremos lo que no es. Superstición.
No se trata de creer en seres sobrenaturales. La religión es la creencia en un código de leyes que se distingue de la simple acción humana. En consecuencia, se podría decir que los liberales o los nacionalistas son tan religiosos como los cristianos o los musulmanes. Ellos también creen en un código de preceptos morales equivalente a las leyes de la naturaleza. Estos preceptos no son dados por Dios, pero su génesis tampoco proviene de los seres humanos. Entonces, también son religiosos.
Todavía necesitamos la religión. La ciencia no puede responder a todo, y ciertamente no puede proporcionarnos una respuesta a los dilemas éticos. Supongamos que quieren construir una represa. Podría proporcionar un gran caudal de energía, pero su construcción desplazaría a muchas familias. La ciencia podría decirnos cómo construir la represa de manera eficiente, pero no responderá a cuestiones morales clave. ¿Se debe construir la represa?
¿Se debería afectar de tal manera a estas familias? Para responder preguntas como estas, seguimos necesitando un código moral. Todavía necesitamos la religión.
La modernidad implica que podemos moldear nuestras vidas. Pero, ¿se ha perdido el sentido?
El ritmo del cambio es vertiginoso. Ahora podemos mejorar nuestras vidas casi sin esfuerzo.
Sin embargo, ¿hemos perdido algo en el proceso? En la era moderna, hemos ganado poder rechazando el sentido. En el pasado creíamos en seres divinos y que el mundo giraba según un plan maestro. Este guión le daba sentido a la vida, pero también limitaba nuestro poder para actuar. Es por eso que aceptábamos que los desastres, como el hambre en el mundo, se debían a la voluntad de Dios. Nuestra única respuesta era orar en lugar de investigar más.
Ahora rechazamos la idea de que exista tal guión. Sabemos que el hambre en el mundo tiene su origen en una serie de eventos interrelacionados y que se pueden medir. Hemos ganado poder y podemos escribir nuestros propios guiones. Si lo deseamos, podemos invertir en tecnologías para prevenir futuras hambrunas. Sin embargo, hay una repercusión social. La sociedad moderna se basa en un crecimiento sin fin.
Por ejemplo, con el financiamiento de la investigación se puede mejorar la sociedad. Supongamos que una empresa quisiera fabricar un nuevo fertilizante. Para la investigación, la empresa necesita obtener un crédito bancario, pero el banco solo ayudará si cree que puede obtener ganancias a largo plazo. Para que esta creencia sea cierta, la economía necesita seguir creciendo. Si no hay suficientes personas que compren el nuevo fertilizante, se preguntan los banqueros, ¿cómo recuperaremos en algún momento nuestra inversión? Esta es la fuente del poder humano moderno.
Crecimiento continuo y las subsiguientes mejoras tecnológicas. Enviamos mensajes a todo el mundo en un instante. En la antigüedad, este era un poder reservado a los dioses. Ahora podemos empezar a conquistar incluso la muerte.
Si quisieran, podrían secuenciar su ADN por solo 100 dólares y usar esta información genética para tratar enfermedades de manera preventiva y vivir más tiempo. Pero esto plantea la siguiente pregunta. ¿Qué hemos ganado realmente con esta conquista de poder? ¿Hemos perdido el sentido?
Las sociedades liberales piensan que el sentido deriva de la experiencia humana, no de Dios.
Entonces, hemos desechado las escrituras divinas. ¿Y de dónde obtenemos exactamente un sentido más profundo ahora? En estos días, es la experiencia humana la que le otorga sentido al mundo.
Esto se conoce como humanismo. Es básicamente la religión predominante de la sociedad moderna. El humanismo refiere a los seres humanos. En otras palabras, para encontrar el sentido, debemos mirar dentro de nosotros mismos. Como consecuencia de ello, el humanismo considera la experiencia de un individuo como la base de la autoridad en la sociedad. ¿Quién decide en las elecciones?
El votante. ¿Y dónde se encuentra la belleza? En los ojos del espectador, por supuesto. Hay muchas versiones de humanismo. Esto se debe a que ninguna versión posee en sí misma soluciones integrales. Por ejemplo, ¿cómo responderían a la pregunta sobre si deberían luchar por su país?
Los nacionalistas responderían afirmativamente, porque valoran más la vida de los habitantes de su país que la de los extranjeros. ¿Qué tal si deben quitarles a los ricos para alimentar a los pobres? Los socialistas estarían de acuerdo con eso, ya que valoran lo colectivo más que lo individual. Por el contrario, los liberales responderían que no a ambas preguntas, porque afirman valorar toda experiencia humana por igual. Hoy en día, el liberalismo es la variante dominante del humanismo. Desde principios de la década de 1970, el liberalismo se extendió por todo el mundo, desde el noroeste de Europa y América del Norte, primero a Asia y América Latina, y después del colapso de la Unión Soviética en 1991, a Europa Oriental.
En realidad, no existe una alternativa real a la doctrina del liberalismo en estos días. Operamos dentro de sus parámetros. Incluso los denominados movimientos revolucionarios, en realidad, solo abogan por más liberalismo. Consideren, por ejemplo, el movimiento Occupy Wall Street.
Los manifestantes se quejaron de que unas pocas personas ricas tenían una gran influencia en los mercados. Exigieron mercados verdaderamente libres. Este es otro nombre para el liberalismo. Pero frente a tecnologías más poderosas, ¿el liberalismo será capaz de sobrevivir?
La ciencia moderna amenaza el corazón mismo del liberalismo.
Hemos aprendido que el liberalismo se basa en valorar la experiencia humana y la libertad individual. Pero, ¿cuánto sabemos realmente sobre nosotros mismos, los individuos? La ciencia moderna dice que sabemos muy poco.
Es más, lo que sabemos apenas respalda los principios del liberalismo. Para empezar, el libre albedrío es una mera ilusión. El liberalismo depende de la noción del libre albedrío. Tiene que ver con la idea de que las elecciones de los individuos no están predeterminadas, sino que se dan libremente. Esta es la razón por la cual la elección individual, tal como votar, por ejemplo, se considera importante. Sin embargo, según afirma la neurociencia moderna, las decisiones son simplemente procesos bioquímicos en el cerebro.
Estos procesos no son más productos del libre albedrío que la digestión o el crecimiento del cabello. Esto queda confirmado cuando experimentamos con roborratas. Cuando enviamos señales a partes específicas del cerebro de una rata a través de ciertos electrodos implantados, podemos tomar decisiones en su nombre. Podemos decirle que gire a la izquierda o a la derecha, o incluso que salte de una altura desde la cual normalmente no saltaría. Además de eso, no existe algo así como un único yo verdadero. Esta es una idea clave del liberalismo, la noción de que hay un individuo auténtico en lo más profundo de cada uno de nosotros.
La psicología moderna demuestra que esto es un engaño. Nuestros cerebros tienen dos hemisferios, izquierdo y derecho, conectados por un solo cable neuronal. Para conocer la función de cada uno de los hemisferios, los psicólogos han estudiado a personas cuya conexión entre ambas regiones se ha cortado. Resulta que las dos zonas tienen roles completamente diferentes. Hay un experimento en el que se le mostró una imagen pornográfica al hemisferio derecho de una paciente. Esto se realizó haciendo la imagen visible solo para el ojo izquierdo de la paciente, porque el hemisferio derecho interpreta las señales visuales del ojo izquierdo y viceversa.
Ahora viene la parte interesante. Cuando se le mostró la imagen, la paciente soltó una risita avergonzada, pero cuando le preguntaron por qué se había reído, no tenían idea. Como el hemisferio izquierdo, que es el responsable de las explicaciones racionales, no había visto la imagen, la paciente no podía explicar su comportamiento de manera racional. Al final, la paciente encontró una explicación para su risa, y afirmó que un aparato en la habitación que podía ver con el hemisferio izquierdo le parecía divertido. Increíblemente, esto nos sucede a todos, todo el tiempo. Nuestros hemisferios izquierdos trabajan constantemente para racionalizar información incompleta y completar historias inconsistentes.
Los algoritmos y la tecnología algún día gobernarán nuestras vidas.
La ciencia moderna sacude el liberalismo hasta la médula y desestabiliza sus fundamentos filosóficos, pero los seres humanos nos enfrentamos a una amenaza más tangible, la tecnología. Los seres humanos son reemplazados diariamente por algoritmos, ya que necesitamos que las cosas se hagan de manera rápida, eficiente y confiable. Por eso se favorecen cada vez más los algoritmos informáticos.
Basta con observar los negocios financieros. Lo que alguna vez fuera el reino del especialista en finanzas, ahora está gobernado por el microchip. Como creamos todos los días más y más algoritmos, es justo decir que estos se harán cargo de cada vez más tareas humanas. ¿Qué nos quedará a nosotros? ¿Hay alguna tarea que hacemos los seres humanos que no podría lograrse mejor mediante el empleo de un algoritmo? El famoso contraejemplo aquí es el arte.
Supuestamente, el arte siempre será producto del ser humano, pero en realidad los algoritmos ya lo están logrando. Piensen en el algoritmo musical EMI creado por David Cope. Cope es profesor de musicología en la Universidad de California, Santa Cruz. Su programa de EMI, Experimentos con Inteligencia Musical, componía tan bien que cuando los amantes de la música escuchaban sus piezas al estilo de Bach, no podían diferenciar entre las piezas producidas por el programa y el auténtico Bach. A medida que pasa el tiempo, la tecnología tomará más decisiones por nosotros. De hecho, las tecnologías ya pueden monitorear nuestros datos corporales y elegir por nosotros.
Analicemos un experimento realizado en 2011 por la Universidad de Yale. Los investigadores probaron con éxito un páncreas artificial para personas diabéticas. Se conectó una bomba al estómago del paciente, que administraba insulina o glucagón, cada vez que sus sensores detectaban niveles peligrosos de azúcar en sangre. El paciente no tuvo un rol activo en el proceso. O consideren de qué manera los algoritmos afectan la forma en que compartimos información. Solo piensen en los datos que comparten en Facebook.
Lo que están pensando, lo que les gusta, quién les gusta, dónde han estado. Cuantos más datos ingresamos, mejor nos conoce Facebook. Yu Yu, Kosinski y Stilwell estudiaron este mecanismo en el 2015. Descubrieron que, basándose en 300 me gusta, un algoritmo de Facebook podía predecir las respuestas de un sujeto a un cuestionario de personalidad mejor que su propio cónyuge.
A medida que los algoritmos se vuelven cada vez más poderosos, nos vemos obligados a tomar una decisión. ¿Luchar contra ellos o dejar que prevalezcan?
Dicho sin rodeos, el creciente poder de los algoritmos amenaza nuestro estatus como regentes del planeta. ¿Necesitamos un plan? Pero, ¿qué exactamente?
Una idea es que deberíamos fusionarnos con la tecnología para seguirle el ritmo. Esto se llama tecno-humanismo. Al fusionarnos con la tecnología, podríamos igualar el poder de los algoritmos. Esto, de hecho, ya está sucediendo. El Ejército de los Estados Unidos está desarrollando un casco de atención que envía señales eléctricas a partes específicas del cerebro para ayudar a los soldados a concentrarse mejor durante periodos prolongados. Esto haría que los soldados especializados, como los francotiradores o aquellos que operan los drones, fueran tan confiables como los algoritmos.
Sin duda, los tipos de actualizaciones tecnológicas disponibles reflejarán nuestras necesidades políticas y económicas. Este invento del casco de atención está recibiendo financiación debido a sus claras aplicaciones militares. Pero existe un inconveniente. Si invertimos sólo en tecnologías que son útiles a nivel económico, podemos llegar a convertirnos en personas menos empáticas. Después de todo, ¿de qué sirve la empatía para la economía de crecimiento? Otra nueva escuela de pensamiento afirma que debemos hacernos a un lado y dejar que los algoritmos hagan su trabajo.
Esto se conoce como dataísmo. Esta creencia afirma que todo lo que existe son datos, un algoritmo o sistema de procesamiento de datos. No importa si es la posición del sol, la postura política de alguien o el corazón roto de su amante. Todo se reduce a simplemente datos. De hecho, los seres humanos, al igual que una computadora o Google, son sistemas de procesamiento de datos. Procesamos los datos recibidos y los usamos para tomar decisiones.
Por ejemplo, cuando hacemos la compra de comestibles, que depende del hambre, el clima, el tiempo o muchos otros factores. El dataísmo entiende la historia como un simple proceso mediante el cual fabricamos sistemas de procesamiento de datos en mejora constante. En consecuencia, según el dataísmo, es nuestro deber como seres humanos construir algoritmos de procesamiento de datos más eficientes. Esto nos plantea una pregunta crucial.
¿Qué sucederá cuando los algoritmos sean mejores que nosotros para construir algoritmos de procesamiento de datos? ¿Tendremos que renunciar entonces a nuestro dominio? Es una idea incómoda.
Resumen final
El mensaje clave de este libro Nuestro mundo está cambiando y seguirá cambiando. Nuestra historia como especie se construye sobre la base de estos cambios y el progreso. Si entendemos mejor nuestra historia y cómo nos hizo ser quienes somos hoy, podremos tener una idea más clara de dónde estaremos en el futuro. Consejos prácticos Determinen cuán profunda es su dependencia de los dispositivos digitales. Pasen un día sin su dispositivo móvil.